«Siempre pensé que me retiraría en A Coruña, en el Deportivo», comparte el central, a quien se le hizo difícil el final de temporada
20 jul 2025 . Actualizado a las 21:55 h.
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«Me ha venido bien este parón. Tampoco quiero esperar dos meses, pero me he podido centrar más en la familia, en lo que no hacemos en todo el año. Por la mañana me entreno y por la tarde estoy con ellos. Me estoy exigiendo mucho en el gimnasio y fuera; voy a fuego porque estoy acostumbrado a una rutina y si me paro, me agobio. No hay quién me soporte». Pablo Martínez (Martigues, Francia, 1989) lleva 21 días oficialmente sin equipo, pero está lejos de colgar las botas. Mientras bajar nuevo destino repasa el final de una etapa que nunca contó con cerrar así.
—Todavía no ha pasado mucho tiempo sin pisar el campo. ¿Ya echa algo de menos?
—Sobre todo, la vida del vestuario. Es parte de ti. El campo no se olvida y en cuanto vuelves a pisarlo, nada ha cambiado, pero la relación con la gente... Sientes que pertenecías a algo y lo echas de menos.
—Nadie diría que han sido solo tres temporadas.
—Es que mi vida ha cambiado mucho en estos tres años. Cuando llegué, mis hijos no hablaban nada de español y ahora son felices aquí. Por eso me quiero quedar en España, es el mejor sitio para que ellos crezcan. Busco algo que les sirva a ellos. Me iría a Australia, por ejemplo, para que aprendiesen inglés y vieran otro estilo de vida, pero no me iría a Arabia a hacer dinero.. Mi carrera está hecha, ahora estoy en los años de bonus.
—¿Tiene un plan concreto en la cabeza? ¿Un lugar ideal para la retirada?
—Yo siempre pensé que sería A Coruña. El Deportivo. En su momento, después de mi mejor temporada en Francia, me llegaron un montón de ofertas. Y yo elegí irme a casa, al Nimes. El futbolista vive normalmente en una burbuja lejos de su gente, salvo la mujer y los hijos. Se pierde momentos muy especiales. Así que la oportunidad compensaba la diferencia de salario. Luego llegó lo del Dépor, cuando tenía 33. Y dije: «Me voy para acabar allí». Lo vi tan cerca... Y ahora tengo que hacer las maletas. Así que busco un proyecto interesante, algo más que un equipo.
—¿Está satisfecho con su carrera hasta aquí?
—El futbolista profesional lleva una vida espectacular. Antes me levantaba a las seis de la mañana para trabajar [en un supermercado], acababa a las cinco de la tarde y una hora después me iba a entrenar. Luego conseguí dedicarme solo a lo que me gusta y es genial, aunque la presión es realmente alta. No se permite el error ni se tienen en cuenta las circunstancias personales. Me dirán que en muchas profesiones sucede lo mismo, pero la exposición aquí es muchísimo mayor. ¿Cuántos años llevas en tu periódico? Muchos, seguro. Yo con suerte estoy tres en el mismo club. Si llego a un sitio nuevo necesitaré adaptarme; sin embargo, me van a exigir rendimiento máximo desde el primer día. En Nimes compré un terreno para una casa y cuando me tuve que ir, la casa aún estaba a medias. ¿Le explicas eso a la gente? ¿A ese desconocido que te está matando en sus redes sociales?
—Esas redes han tenido un impacto alto en su profesión. Nada es igual que hace 20 años, cuando estaba en el juvenil del Nimes.
—Yo reconozco que las he reducido al mínimo. Me preocupa que un comentario de barra de bar se haya convertido en un juicio válido. Que un club pueda tomar cualquier decisión teniendo en cuenta esas opiniones. También es cierto que hay quien alimenta eso, como si tuviera una necesidad de aparecer. Tendríamos que valorar más la intimidad. Llegó un momento en el que me di cuenta de que yo mismo me había acostumbrado a reaccionar ante todo, casi a demostrar cómo me sentía en cada momento. Y es absurdo, así que me aparté. Además, están mis hijos y debo protegerlos de esa exposición.
—Quizá se podría aprovechar mejor esa exposición en otros ámbitos. Ahí está la intervención de Kyliam Mbappé contra el extremismo en Francia.
—Soy de los que piensan que es mejor que cada uno se ciña a su rol. El futbolista no debe opinar de todo. En mi caso, si veo un caso de racismo en el campo, por ejemplo, por supuesto que me voy a ir y le pediré a mis compañeros que se vayan también. Considero que ese es mi papel, no creo que lo que yo diga vaya a cambiar nada. Cada uno en su lugar.
—¿Cuánto le pesa la opinión de la grada?
—En eso soy un poco especial. A mí me pone cachondo que me insulten, me motiva. Me encantan los derbis, por ejemplo. Salir a calentar delante de la afición rival y que me llamen de todo.
—¿La última ha sido su temporada más difícil?
—Jugué 23 partidos. Empecé de titular y perdí el sitio porque no estaba bien y había un compañero que estaba mejor. ¿De qué me puedo quejar? Se me hizo difícil el final; eso sí es cierto. Había firmado un contrato hacía solo un año y se incluía una posibilidad de renovar que veía muy cerca. No se dio por unas decisiones que se tomaron; y te duele, claro. Cuidado, que yo entiendo la decisión del club; que hay treinta futbolistas en una plantilla y no van a estar todos contentos. Pero estaba a dos partidos de poder retirarme donde quería, de no volver a hacer maletas ni tener que buscar un nuevo cole para mis hijos. Y ahora tengo otra vez las cajas en casa.
—Pero llevaba tiempo sin pasar por el banquillo salvo lesión.
—Sí. Me tocó asumir otro papel. Y tenía referentes muy importantes. Quizá el mayor fuera Jaime [Sánchez], del que ya han hablado casi todos los compañeros. Cuando llegábamos a Abegondo, él estaba allí desde las ocho, con los fisios y en el gimnasio. Ni una mala palabra, ni un mal gesto. He de decir que en eso hemos tenido bastante suerte: Germán Parreño, Davo, Paris Adot, Salva Sevilla... Gente ejemplar.
—¿Le pareció injusta tanta suplencia?
—Bueno. Después de lo de Córdoba... Hago un penalti en el último minuto. ¿Qué necesidad tenía de tirarme ahí? Cuando la semana siguiente dejé de jugar, revisé los partidos. En los cinco en los que había participado había hecho algo mal. Me dije que era lógico cambiarme. Te cabreas al principio y después.... A fuego. A ser ejemplo.
—¿También habla consigo mismo en alto, como hace Lucas Pérez?
—¡Es cierto que Lucas hacía eso! Siempre me reía cuando empezaba a hablar así. Perder a Lucas fue duro, porque nos parecemos. Odiamos perder. No sé cuántas peleas hemos podido tener en los partidillos. No soporto la derrota ni contra mis hijos. Así que si estás en mi equipo y no corres, te voy a matar. No puedo ver a un chico que viene con el primer equipo y no compite al máximo porque piensa que es solo un entrenamiento. Y Lucas tampoco lo aguantaba. He insultado a tantos chicos que creo que muchos han salido del campo odiándome. Luego les daba un abrazo en el vestuario y les pedía perdón, pero entendían el mensaje: si el domingo te quitan la pelota y no lo das todo para recuperarla, me vas a oír mentarte a todo tu árbol genealógico.
—¿Eso le ha generado problemas en el vestuario?
—¡Si al que más insulto es a mí mismo! La gente ve cómo soy. Entienden que si cometen un error, yo voy a animar, porque soy el primero que comete errores. Pero si se paran y nos dejan a nosotros, los hijos de puta que jugamos atrás, yendo solos a por la pelota para volver a dársela... No, hermano, hay que correr. Fíjate, Yeremay lo entendió muy bien. El primer día que lo vi entrenar, que él ni jugaba, y se pone a hacer caños a padres de familia, a hacer de todo... Lo dejé pasar una semana. En la segunda, fui a hablar con él: «Mira, eres muy bueno, pero como me hagas a mí eso, te levanto». Me contestó que no me preocupara y no lo volví a ver entrando por mi lado [risas]. Ahora no ahorra ningún esfuerzo, es un profesional, y ha hecho una temporada de locos.
—¿Al Deportivo le ha faltado más gente con ese carácter en el campo?
—José Ángel [Jurado] tiene esa actitud. O Sergio Escudero, por ejemplo. Y alguien a quien la gente no veía: Nuke [Mfulu]. Él era el que más se hacía escuchar en los entrenamientos, el que animaba y daba instrucciones. Después, hay quien te exige dar un paso más sin necesidad de hablar: si ves a Villi correr todo el campo en el 90, no te vas a atrever a ahorrarte un esfuerzo. Hay muchos jugadores que solo gritan y hacen gestos a sus compañeros y no ayudan en nada.
—Se refiere sobre todo a los veteranos. ¿Es más complicado encontrar gente joven así?
—Cosas de los tiempos en general. Si me ves cuando yo empecé en el Mallorca... Lo que me decían si perdía un balón o si no corría. A alguno le habrían dado ganas de no volver al día siguiente a entrenar. Ahora los chavales son los reyes de la ciudad. Pero bueno, tampoco me parece mal, hay que buscar la manera de ayudar sin meter presión. Y los chavales aquí están respondiendo, ojo. Mella y Yeremay están a un gran nivel. Aunque mi mejor ejemplo es [Charlie] Patiño.
—¿Por qué?
—Su primer entrenamiento con nosotros fue un partido de pretemporada contra el Fabril. Había que verlo. Con cada contacto se iba al suelo. No tenía ningún ritmo. Yo lo miraba y pensaba: «¿De verdad este chico viene de jugar en Inglaterra?». El caso es que lo cogimos entre unos cuantos; Nuke, José Ángel, yo... Le dije que después de desayunar lo quería conmigo en el gimnasio. Es impresionante el cambio que fue pegando. Luego me venía a buscar, yo estaba tomando el café y me decía: «Martínez, deja el vaso y a trabajar». Pero eso no se ve, claro. No se ve que es un chaval de veinte años al que le está costando su nueva vida lejos de casa, que era incapaz de tener una conversación. Había que verme a mí con veinte años; mi yo de hoy me estaría dando collejas todo el día. Algunos deben haber olvidado cómo era el Yeremay de tres temporadas atrás.
—Cree que fuera faltó comprensión. ¿Dentro fueron justos con él?
—Su primer partido contra el Levante le perjudicó mucho. Fue al matadero, aunque entiendo completamente al míster: os estoy diciendo que no está preparado y no paráis de hablar de él, ahí lo podéis ver. Que en el fútbol hay unos procesos. Que eso está ahí. Es cierto que hay gente que se los puede saltar; pero la gran mayoría, no. El Patiño del final de temporada no tiene nada que ver con el que llegó. Y estoy seguro de que el de hoy es aún mejor. Solo se necesitaba paciencia. Pero bueno, los entornos no ayudan, y ahí entráis los medios de comunicación también.
—Por supuesto. Y quizá alguien del club tendría que haber salido a analizar con normalidad la situación. La comunicación en estos casos suele ayudar.
—Mira, eso lo habría visto bien. Supongo que habría ahorrado muchos comentarios de gente que desconocía la realidad. Quizá también podría haberlo comentado cualquier jugador, pero, como figura pública, pertenecíamos al Deportivo y el club es el que marca cuándo podemos hablar, por mucho que podamos tener ganas de salir.
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El veterano central aprecia un importante cambio en el Deportivo durante las tres temporadas que ha pertenecido a la entidad blanquiazul: «Abegondo es completamente diferente y el club es mucho más profesional. Desde la plantilla desayunando junta hasta el gimnasio. Hay nutricionista, psicólogo...»
—Figuras fundamentales, según destacan todos en el vestuario.
—En el caso del nutricionista, lo veo mucho más importante para los jóvenes. Es raro encontrar ya a un veterano que no tenga hábitos saludables. Más, con la obsesión que hay ahora con los pliegues de grasa. Anda que no había futbolistas que parecían gordos y eran buenísimos... Luego, para mí, la clave está en el psicólogo, sin duda. Me ha ayudado muchísimo. Hasta cambié mi manera de entrenar gracias a [Joaquín] Sorribas. No me permitía relajarme. En el fútbol no hay nada más importante que la cabeza y él me daba claves; cosas en que pensar antes de los partidos, por ejemplo. Cuántos jugadores con una calidad de locos se han quedado atrás. De mi equipo en Nimes solo he llegado yo, y no era el mejor ni de lejos. Muchos otros jugadores te dirán lo mismo.
—Tras su salida, Dani Barcia se queda como único central zurdo. ¿Qué futuro le augura?
—Ahí tenemos un ejemplo de lo que estaba diciendo. En su caso, seguro que la diferencia la va a marcar la cabeza. Tiene el físico, la salida de balón... Grandes condiciones. Ahora, lo importante está aquí [se señala una sien].
—Hablaba de dar collejas al juvenil que fue hace 20 años. ¿Qué le parece la gestión actual de las canteras?
—Pienso que ahora les meten una presión terrible a los chavales desde sus entornos. Con ocho años ya están pensando en agentes. A mi hijo le digo que lo único importante es que se divierta. El otro día marcó dos goles en un partido y salió diciendo que era un crac. Le contesté que no era ningún crac de nada, que solo tenía que pasarlo bien. Fuimos a un torneo y perdió cinco partidos, pero volvió todo ilusionado porque se había comido un perrito con sus amigos. Genial. Cuando voy a verlo, me pongo en una esquina, con la capucha, y alucino con algunos padres. Yo ni siquiera estaba interesado en que él y mi hija jugasen al fútbol. Les dije que eligiesen el deporte que más fuesen a disfrutar. En el fútbol, con el dinero que genera, eso cada vez es más difícil. Niños que son mercancía. Y eso que en España las cosas no están tan mal. A mí, para apuntarlo en un club de aquí me hicieron un montón de preguntas para asegurarse de que no lo condicionaba, y me pareció muy bien.
—¿Cuantas temporadas más tiene por delante? ¿Ya sabe lo que hará cuando cuelgue las botas?
—Este año he podido demostrar que me queda fútbol. Tengo muchísima hambre todavía. Y luego, una vida normal. Creo que alejada de esto. El fútbol me gusta, pero lo que lo rodea, no.
